Capítulo 11

Los relojes de la Catedral dieron las once en una carcajada larga. Del atrio del Capitolio se elevó un cohete que soltó en la altura un alarido seco y se deshizo en llanto de fuego… Después otro, y otro, y mil más. En las sombras, incendiadas como en una aurora boreal, abejeaban enjambres de chispas y las inundaciones de sonidos sacudían el espacio.

Las músicas vibrantes, los gritos de una multitud alquilada y las voces estridentes de los cohetes formaban ondas sonoras que, impregnadas de olores de pólvora, bajaban de la plaza y en tropel salvaje se metían al aposento, lleno de quietud y de tristezas.

El Gobierno celebraba un triunfo de sus armas. Era una fiesta de la burocracia en honor de las victorias de la muerte y su estruendo perturbaba a la misma muerte en su taller fúnebre, en el momento de poner a un cadáver los últimos toques de sombra.

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